jueves, 28 de junio de 2012

"Túnica de nube" (letra de Claudia Monasterio)




(Inspirada en Isadora Duncan, 1877-1927) 


¿Dónde estás, Isadora?
“En la orilla del mar”.
 ¿Quién se trepa en tu danza?
“Un poeta del aire,
una niña que vive
en libertad”.
 
En un sueño navega.
Son sus alas el viento
y las olas su danza.
En la orilla, una fuente;
en el borde, un amor.
Y el dolor.

 Vuela, dulce Isadora.
Vuela, alma, sin cuerpo,
pies descalzos, tus hijos
en jirones te envuelven,
pero sigues bailando
sin parar y más.

....................

 ¿Qué te alienta, Isadora?
“Un caudal que se agita,
una voz insinuante,
y cualquier escenario
es fiesta y refugio
para mí”.

Con su manto de nube,
abrazando fronteras:
Grecia, Londres, París,
va la conquistadora
Isadora, cautiva
en su pasión.

Vuela, dulce Isadora.
Vuela, alma sin cuerpo.
Vuela sin cuatro ruedas
ni pañuelos al cuello.
Ya bailan tus niños
y un amor …. .

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miércoles, 4 de enero de 2012

Puntos suspensivos ...

 














Enero para aquietarse ... para el silencio ... para la nada.
Enero y la nada ....
La nada y enero ....
y yo... con nada.
Así está bien....

lunes, 24 de octubre de 2011

El hombre de las tres empanadas (basado en un hecho real)



Sábado en la noche. Pizzería Don Walter, pegadita a la estación. La gente va y viene; es un clásico (Típico, característico, según una de las definiciones de la R. A. E.). Pero de vez en cuando lo no clásico aparece sin avisar.  Por eso no se venden abonos para lo no clásico. Nunca tuve un abono. Ah, sí, hace muchos años cuando viajaba en tren al centro todos los días. (Yo vivía en el conurbano... ja ja me encanta esa palabra: CONURBANO). ¿Y para qué puede ir uno al centro todos los días desde el conurbano? Para ir a trabajar, ¿para qué otra cosa va a ser? Bueno, pero esto son sólo  divagaciones irrelevantes para lo que quiero relatar. ¡Cómo me distraigo!

Entonces, repito: “Sábado en la noche. Pizzería Don Walter, pegadita a la estación...” El hombre entró y eligió un lugar en la barra para sentarse. Le gustaron las empanadas que allí se exhibían.

 - Dos de pollo y una de carne – pidió. (Un clásico sería: dos de carne y una de jamón y queso).

El empleado detrás de la barra fue a tomarlas y el hombre corrigió:

 - No, mejor dos de carne y una de pollo.

El empleado corrigió lo que había empezado a hacer, llevó las dos empanadas de carne y la de pollo a calentar y el hombre esperó. Cuando las empanadas estuvieron calientes, el empleado las sirvió  en un plato, delante del hombre, y a continuación dijo:

 - Son $16,50.

Al hombre le sorprendió el precio ... confieso que a mí también pero eso no importa mucho en esta historia. El hombre revisó sus bolsillos como si mágicamente los billetes fueran a materializarse. Como esto no ocurrió, simplemente aclaró:

 - Ah, pero no tengo plata...-, a lo cual el empleado, que ya presentía una respuesta de este tipo, velozmente retiró el plato con las tres empanadas y se las llevó a alguna parte. Como el hombre se quedó allí sentado, al ratito apareció otro empleado, quizás un encargado, y le dijo claramente que si no consumía tenía que retirarse. Nada de mensajes subliminales.

¿Y qué hizo el hombre? Bueno, eso quedará para después, porque ahora lo que voy a contar es lo que hacía el hombre mientras esperaba la calentura de las empanadas. El hombre hacía esto: me miraba y me decía cosas. Yo estaba sentada silla por medio, también en la barra; me gustan las barras .... tienen un  no sé qué. Pero, bueno, eso es intrascendente para lo que estoy relatando.

Como yo no entendía cuál era el mensaje del hombre, porque su hablar era un murmurar, en un momento lo miré y le dije, sin vueltas y con cara de matón:

 - ¿Qué te pasa?-, a lo cual el hombre sólo hizo un gesto como diciendo que no con la cabeza y esbozando una sonrisita que no supe describir, ni sé hacerlo ahora. Yo diría que ese hombre tenía algún inconveniente, algún déficit de cordura, por decirlo de alguna manera y ya que no se me ocurre otra.  Sí,  ya sé: “el que esté libre de locura que arroje la primera piedra”. Lo que quiero decir es que no se lo veía cuerdo por default. ¿Desgaste mental debido a infusiones caseras, desacuerdo social, falta de consenso entre neuronas? Quién puede saberlo... pero eso tampoco importa en esta historia.

El asunto es que una vez que se lo invitó a retirarse del lugar el hombre volvió a murmurar algo dirigido a mí ¡y esta vez entendí!  “Te haría el amor”, dijo el muy caradura. ¡Qué desparpajo!  Nada de mensajes subliminales. A lo cual respondí: “El amor ya está hecho”. Y lo miré fijamente, satisfecha con mi respuesta, que en realidad no era mía;  la había plagiado de alguien que tal vez tenga que ver con esta historia. O no, quién puede saberlo...

“¿Y el hombre qué hizo?” Buena pregunta. El hombre se quedó pensando. Y mientras pensaba se achicaba. Ahora ya no era el hombre; era el hombrecito. Cada vez más chiquito, hasta que desapareció. A lo cual pagué mi consumición, me levanté y salí. No, primero me levanté, luego pagué mi consumición y luego salí.... No, tampoco fue así. Primero salí, luego pagué .... No. ¿Cómo fue? ¿Dos de carne y una de pollo? ¿O dos de pollo y una de carne? ¿Cómo fue?

¿Cómo fue? ¡Que alguien me lo diga porque eso es lo único que realmente importa en esta historia! ¡Y nada de mensajes subliminales!

A lo cual ... dos de carne y una de .... o dos de .... y una  ..... ¿Cómo fue? Eso es lo único que importa ..... de verdad, ¿cómo fue?

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miércoles, 21 de julio de 2010

UN POEMA DE JOHN KEATS (1795-1821)


When I have fears that I may cease to be

When I have fears that I may cease to be
Before my pen has glean’d my teeming brain,
Before high piled books, in charact’ry,
Hold like rich garners the full-ripen’d grain;
When I behold, upon the night’s starr’d face,
Huge cloudy symbols of a high romance,
And think that I may never live to trace
Their shadows, with the magic hand of chance;
And when I feel, fair creature of an hour!
That I shall never look upon thee more,
Never have relish in the faery power
Of unreflecting love!—then on the shore
Of the wide world I stand alone, and think
Till Love and Fame to nothingness do sink.

  CUANDO TENGO MIEDO DE QUE PUEDO DEJAR DE SER (traducción)

Cuando tengo miedo de que puedo dejar de ser
antes de que mi pluma haya espigado mi atestado cerebro,
antes de que altas pilas de libros, en caracteres,
guarden como ricos graneros el grano totalmente maduro;
cuando contemplo, sobre el rostro estrellado de la noche,
símbolos inmensamente confusos de un gran romance,
y pienso que puede que no viva para trazar
sus sombras, con la mano mágica del azar;
y cuando siento, ¡encantadora criatura de una hora!
que nunca más podré pensarte,
nunca gustar del poder mágico
del amor irreflexivo. Así, en la orilla
del ancho mundo quedo solo y pienso,
hasta que amor y gloria en la nada se hunden.


JOHN KEATS - poeta

JOHN KEATS, uno de los poetas que inspiró a Isadora Duncan, nació en Londres el 31 de octubre de 1795.
Su padre era propietario de una caballeriza y murió por la caída de un caballo en 1803, cuando el poeta tenía sólo siete años. Su madre volvió a casarse enseguida, pero este segundo matrimonio fue infeliz y la madre no tardó en abandonar a su marido y trasladarse a vivir en casa de la abuela de Keats en Enfield, con Keats, su hermana y otros tres hermanos, de los cuales uno no tardó en morir. Allí el poeta fue a una buena escuela y antes de los quince años ya estaba empapado de clásicos y traducía a Virgilio.

En 1816 publicó sus primeros sonetos. Un año después publicó su primer poemario completo bajo el sencillo título de Poemas. En 1817 se trasladó a la Isla de Wight, donde empezó a trabajar en un nuevo libro. Poco después tuvo que encargarse de cuidar a su hermano Tom, víctima también de la tuberculosis. Tom murió en 1818 y Keats se trasladó a la casa londinense de su amigo Brown, donde conoció a Fanny Brawne y se enamoró de ella. (La publicación póstuma de la correspondencia entre ambos escandalizó a la sociedad victoriana). Entre tanto, durante la primavera y el verano de 1819, Keats escribía sus mejores poemas: "Oda a Psyche"', "Oda a una urna griega" y "Oda a un ruiseñor", piezas clásicas de la literatura inglesa, que aparecieron en el tercero y mejor de sus libros, "Lamia, Isabella, la víspera de santa Inés y otros poemas" (1820).
Al año siguiente su relación con Fanny tuvo que concluir cuando la tuberculosis de Keats se agravó sensiblemente. Para alejarse del frío londinense Keats se trasladó a Roma, donde pese a su enfermedad y a sus problemas económicos, produjo una parte muy importante de su obra, consistente en poemas y cartas entre las que se cuentan, "La Belle Dame sans Merci" y "To Autumn".

Durante su corta vida, su obra fue objeto de constantes ataques y no fue sino hasta mucho después que fue completamente reivindicada.

Falleció en Roma el 23 de febrero de 1821.




domingo, 11 de julio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE IV (ÚLTIMA)


Intensa la alegría, intenso el dolor
En 1913, mientras Isadora Duncan triunfaba en París, la desgracia golpeó a su puerta y sacudió el escenario de su vida desde los cimientos más temidos: sus dos pequeños hijos, Deirdre y Patrick (de padres diferentes), murieron ahogados en el río Sena al caer el automóvil en el cual viajaban, rumbo a Versailles, acompañados por la institutriz. Doce años después, la dolorida artista da cuenta de que su pecho encierra un dolor incurable y que, cuando está sola, sus ojos tienen una “rara sequedad”.

En aquella ocasión, la atormentada madre canceló todos sus compromisos, abandonó temporalmente su carrera y en varias ocasiones anidó en su mente la idea del suicidio. Sin embargo, en la cárcel de su desgarro todavía logró mantener el aliento, recurriendo a la sublimación de la insoportable punzada que le causaban las heridas. Así fue cómo Isadora Duncan se dedicó de lleno a la enseñanza de su danza en la escuela para niños que había fundado. En medio del sufrimiento, pudo Isadora considerar el llevar a cabo actividades relacionadas con campañas de beneficencia.


Mujer con una capacidad de innovación artística extraordinaria -tanto como dolorosa fue su vida-, Isadora, la “ninfa", era dueña de una belleza iluminada por un poder de seducción cautivante, que la mantenía rodeada de amigos -intelectuales, pintores y poetas- y de numerosos admiradores que deseaban conocerla. La atracción que ejercía entre quienes se le acercaban dio como resultado que lenguas malintencionadas entretejieran infinidad de historias amorosas con múltiples pretendientes. Las desapariciones y extraños sucesos que acompañaron a algunos de sus enamorados parecían corroborar el supuesto maleficio que proyectaba la Duncan . Entonces surgió el mito de que Isadora acarreaba la desgracia a las personas a las que amaba.


Más allá de eso, tal era la fuerza de sus propósitos que, un buen día, llegando más lejos que el dolor, se propuso dar a conocer sus enseñanzas en otros países. Así, en 1921 logró viajar a Moscú y luego, por invitación del gobierno soviético, Isadora se radicó en esa ciudad - decisión que finalmente le jugó una mala pasada, pues, a raíz de su simpatía con el comunismo, aquel público del mundo capitalista, que hasta la muerte de sus hijos la había ovacionado, esta vez respondió obsequiándole salas frías y semidesiertas-. Como consecuencia de este desinterés, se encontró sumida en la pobreza durante muchos años, hasta que hizo una última y dramática aparición en París poco antes de su muerte.

El último escenario
En 1926, como sabiendo ya, desde un lugar silencioso y somnoliento de su alma, que la partida estaba próxima, Isadora, refugiada en Niza, se sentó a escribir su historia, que publicó con el título "Mi vida", y se dedicó también a escribir “El arte de la danza”.


“¿Cómo podemos escribir la verdad sobre nosotros mismos? – se preguntaba- ¿Es que acaso la conocemos? Está la visión que de nosotros tienen nuestros amigos; la visión que nosotros tenemos de nosotros mismos, y la que nuestro amante tiene. Además, está la visión que tienen nuestros enemigos. Y todas ellas son diferentes”.

Más adelante, reflexiona otro poco acerca de lo que es verdadero y de lo que no lo es: “Nada tan lejano de la verdad efectiva de una persona como el héroe o la heroína de una película o de una novela corrientes. Todas las cualidades mediocres corresponden al traidor de la fábula y a la ‘mala mujer’. Pero ya sabemos que nadie es enteramente bueno ni enteramente malo”.


La separación de sus padres, el suicidio de su esposo ruso y la muerte de sus dos hijos no cerraron el círculo de desgracias que merodearía la vida de esta dama de la rebelión interior. Su propia y absurda muerte fue el último hecho. El 14 de septiembre de 1927, en Niza, su largo chal rojo se enredó en los radios de las ruedas traseras del auto Bugatti que ella misma manejaba, mientras circulaba velozmente por el Promenade des Anglais (Paseo de los ingleses).


Ese día, el mundo de la danza despidió a su pájaro libre y dolido; ese pájaro que sobrevoló cumbres y abismos, todo con la misma intensidad. Esa pequeña ave que, jugando aún en el nido, se prometió a sí misma que sería bailarina y revolucionaria.


En 1928, apareció su obra póstuma "El arte de la danza". Esta obra, donde la artista brinda un compendio de sus enseñanzas, es considerada obra clásica del género.


Sólo la danza. Nada más que la danza. “La danza del espíritu”, como ella la nombraba, porque estaba convencida de que no era su cuerpo el que bailaba, sino su esencia, su alma, su interior.


Hasta el último momento Isadora mantuvo su postura ante la vida. Su concepto estético reivindicó el culto, el rito y la naturaleza del cuerpo. Su amor por el arte rebasó su propia existencia, pues jamás permitió que la pareja, la familia o las necesidades económicas obstaculizaran sus planes de ''hacer la revolución'' en la danza.


"Nací a la orilla del mar”
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martes, 29 de junio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE III


Una vida errante

 
Tiempo después, con el cambio de siglo, ya cansada de la atmósfera de Nueva York, Isadora, de 21 años, partió hacia Londres con su familia casi completa (sólo faltó Agustín, que había decidido casarse con una joven de 16 años, actriz como él). Como no tenían dinero suficiente para el viaje, Raimundo consiguió que un capitán los admitiera como pasajeros en un barco que llevaba ganado. “Nunca he esperado para hacer lo que quería hacer”, diría Isadora.


En Londres, la familia siguió apostando a la lucha de la menor del clan y de alguna manera logró sobrevivir. La nueva ciudad incentivó el asombro y la admiración de esta revolucionaria criatura: “La belleza de Londres nos volvía locas de entusiasmo. En América me habían faltado la cultura y la belleza arquitectónicas, pero ahora podía colmar mis deseos”. Allí estaba la Duncan, en plena efervescencia juvenil, deseosa de estudiar los movimientos de la danza antigua, siempre en busca de nuevos rumbos dentro de la expresión coreográfica. ¿Cómo lo hizo? Se dedicó a observar los jarrones de la época clásica conservados en el Museo Británico de Londres, a donde iba cada día sin cansarse.


Con los elementos extraídos de esta investigación, la joven bailarina organizó un baile que presentó a la sociedad londinense. Ni la extravagancia de sus túnicas y de sus pies descalzos, ni la actitud irreverente de su estilo amedrentaron al público inglés, que aplaudió y dio el sí a esta nueva artista venida del otro lado del océano. El éxito obtenido en Gran Bretaña fue el salvoconducto para llegar a los principales teatros europeos.


En una ocasión la prensa londinense declaró: "En esta época actual de elaboración y artificialidad, el arte de la señorita Duncan es como un soplo de aire puro (...). Es una imagen de belleza, alegría y abandono, tal como debió ser cuando el mundo era joven y hombres y mujeres bailaban al sol movidos por la simple felicidad de existir".


Es que Isadora concebía a la danza como una comunión entre los seres y la vida. Y esta intimidad sólo podía ser sugerida mediante aquellos movimientos que tomaban como modelo el mecerse del mar, el andar de las nubes y de las hojas de los árboles impulsados por el viento.


Como era de esperar, después de las nieblas de Londres el grupo se trasladó a París, donde estos espíritus curiosos destinaron horas y días enteros a recorrer el Louvre. Al respecto, leemos en el libro de Isadora palabras tan elocuentes como éstas: “En París no teníamos ni dinero ni amigos, pero el Louvre era nuestro Paraíso”.


Así como en Italia quedó cautivada por las pinturas de Botticelli, en París Isadora se nutrió de la influencia de los escultores Rodin y Bourdell. Al contemplar la obra de estos artistas, Isadora entró en comunión con el ser más íntimo de esos grandes y su misma esencia se sumó luego al alma de Isadora, que pudo después llevar a la danza el espíritu plástico de semejantes creadores.


Su vida bohemia no era un secreto para nadie y, mientras fundaba escuelas de danza en diversos lugares como Francia, Alemania y Rusia, donde tuvo como alumnas a la gran bailarina y técnica Martha Graham y a Mary Wigham, su vida amorosa era tormentosa, fugaz y muy variada. Al referirse al pequeño y pálido André Beaunier, escritor, “de faz redonda y con lentes, pero ¡qué inteligencia!”, Isadora reflexiona: “He sido siempre una cerebral y, aunque la gente no lo crea, mis amores de la cabeza, que fueron muchos, han sido para mí tan interesantes como los del corazón”.


En cierto salón londinense Isadora conoció una noche al pintor Carlos Hallé, de unos cincuenta años, de quien se enamoró enseguida y con profunda pasión. “Los jóvenes normales me aburrían abrumadoramente ...”


Al fin Grecia


Uno de sus más grandes sueños era conocer Grecia y allí beber directamente de las fuentes originarias del arte occidental. Siguiendo su pasión por la danza y por la tierra griega, en 1902 hizo realidad su anhelo. Cerca de Atenas compró la colina de Kópanos, con el objetivo de fundar ahí un templo de la danza. Con el ahorro obtenido de sus recitales inició la construcción del templo pero, a pesar de los innumerables esfuerzos, el proyecto quedó interrumpido debido a cuestiones económicas.


Podría uno preguntarse si acaso la danza moderna tuvo su génesis en la libertad y el atrevimiento de Isadora, que rompían con la rígidez del ballet clásico. Hay quienes afirman que la imparable creatividad de esta Venus rebelde hasta el paroxismo, ejerció una enorme influencia en el ballet del siglo XX, pues influyó en muchos coreógrafos, entre los que se destacan los estadounidenses Ruth St. Denis y Ted Shawn.


“A esta vida salvaje y sin obstáculos de mi niñez
debo la inspiración de la danza que he creado
y que no es sino la expresión de la libertad.”


En su autobiografía, Isadora vuelca un sentimiento de gratitud en relación con la pobreza vivida durante su infancia, cuando su madre mantenía a sus cuatro hijos dando lecciones de piano a domicilio. Es que, gracias a ese destino, sin la presencia de niñeras ni de sirvientes, pudo la niña desplegar toda su espontaneidad y conservarla luego a lo largo de toda su vida.


Su continuo peregrinar de casa en casa, y más delante de pensión en pensión, en ambientes fríos y austeros, junto con su madre y sus hermanos, estuvo siempre acompañado por una estrechez económica que llegó, en muchas ocasiones, a extremos por demás desalentadores para cualquier alma humana. Isadora confiesa que, por ser ella la más audaz y valiente de la familia, cuando no había nada que comer en la casa, era la elegida para marchar resueltamente a la carnicería y obtener, sin pagar, mediante promesas y algunos engaños, alguna pieza de carne. Cuando fue mayor, este ejercicio fue su herramienta para afrontar a los feroces empresarios.


(Próxima entrega: cuarta y última parte)