martes, 29 de junio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE III


Una vida errante

 
Tiempo después, con el cambio de siglo, ya cansada de la atmósfera de Nueva York, Isadora, de 21 años, partió hacia Londres con su familia casi completa (sólo faltó Agustín, que había decidido casarse con una joven de 16 años, actriz como él). Como no tenían dinero suficiente para el viaje, Raimundo consiguió que un capitán los admitiera como pasajeros en un barco que llevaba ganado. “Nunca he esperado para hacer lo que quería hacer”, diría Isadora.


En Londres, la familia siguió apostando a la lucha de la menor del clan y de alguna manera logró sobrevivir. La nueva ciudad incentivó el asombro y la admiración de esta revolucionaria criatura: “La belleza de Londres nos volvía locas de entusiasmo. En América me habían faltado la cultura y la belleza arquitectónicas, pero ahora podía colmar mis deseos”. Allí estaba la Duncan, en plena efervescencia juvenil, deseosa de estudiar los movimientos de la danza antigua, siempre en busca de nuevos rumbos dentro de la expresión coreográfica. ¿Cómo lo hizo? Se dedicó a observar los jarrones de la época clásica conservados en el Museo Británico de Londres, a donde iba cada día sin cansarse.


Con los elementos extraídos de esta investigación, la joven bailarina organizó un baile que presentó a la sociedad londinense. Ni la extravagancia de sus túnicas y de sus pies descalzos, ni la actitud irreverente de su estilo amedrentaron al público inglés, que aplaudió y dio el sí a esta nueva artista venida del otro lado del océano. El éxito obtenido en Gran Bretaña fue el salvoconducto para llegar a los principales teatros europeos.


En una ocasión la prensa londinense declaró: "En esta época actual de elaboración y artificialidad, el arte de la señorita Duncan es como un soplo de aire puro (...). Es una imagen de belleza, alegría y abandono, tal como debió ser cuando el mundo era joven y hombres y mujeres bailaban al sol movidos por la simple felicidad de existir".


Es que Isadora concebía a la danza como una comunión entre los seres y la vida. Y esta intimidad sólo podía ser sugerida mediante aquellos movimientos que tomaban como modelo el mecerse del mar, el andar de las nubes y de las hojas de los árboles impulsados por el viento.


Como era de esperar, después de las nieblas de Londres el grupo se trasladó a París, donde estos espíritus curiosos destinaron horas y días enteros a recorrer el Louvre. Al respecto, leemos en el libro de Isadora palabras tan elocuentes como éstas: “En París no teníamos ni dinero ni amigos, pero el Louvre era nuestro Paraíso”.


Así como en Italia quedó cautivada por las pinturas de Botticelli, en París Isadora se nutrió de la influencia de los escultores Rodin y Bourdell. Al contemplar la obra de estos artistas, Isadora entró en comunión con el ser más íntimo de esos grandes y su misma esencia se sumó luego al alma de Isadora, que pudo después llevar a la danza el espíritu plástico de semejantes creadores.


Su vida bohemia no era un secreto para nadie y, mientras fundaba escuelas de danza en diversos lugares como Francia, Alemania y Rusia, donde tuvo como alumnas a la gran bailarina y técnica Martha Graham y a Mary Wigham, su vida amorosa era tormentosa, fugaz y muy variada. Al referirse al pequeño y pálido André Beaunier, escritor, “de faz redonda y con lentes, pero ¡qué inteligencia!”, Isadora reflexiona: “He sido siempre una cerebral y, aunque la gente no lo crea, mis amores de la cabeza, que fueron muchos, han sido para mí tan interesantes como los del corazón”.


En cierto salón londinense Isadora conoció una noche al pintor Carlos Hallé, de unos cincuenta años, de quien se enamoró enseguida y con profunda pasión. “Los jóvenes normales me aburrían abrumadoramente ...”


Al fin Grecia


Uno de sus más grandes sueños era conocer Grecia y allí beber directamente de las fuentes originarias del arte occidental. Siguiendo su pasión por la danza y por la tierra griega, en 1902 hizo realidad su anhelo. Cerca de Atenas compró la colina de Kópanos, con el objetivo de fundar ahí un templo de la danza. Con el ahorro obtenido de sus recitales inició la construcción del templo pero, a pesar de los innumerables esfuerzos, el proyecto quedó interrumpido debido a cuestiones económicas.


Podría uno preguntarse si acaso la danza moderna tuvo su génesis en la libertad y el atrevimiento de Isadora, que rompían con la rígidez del ballet clásico. Hay quienes afirman que la imparable creatividad de esta Venus rebelde hasta el paroxismo, ejerció una enorme influencia en el ballet del siglo XX, pues influyó en muchos coreógrafos, entre los que se destacan los estadounidenses Ruth St. Denis y Ted Shawn.


“A esta vida salvaje y sin obstáculos de mi niñez
debo la inspiración de la danza que he creado
y que no es sino la expresión de la libertad.”


En su autobiografía, Isadora vuelca un sentimiento de gratitud en relación con la pobreza vivida durante su infancia, cuando su madre mantenía a sus cuatro hijos dando lecciones de piano a domicilio. Es que, gracias a ese destino, sin la presencia de niñeras ni de sirvientes, pudo la niña desplegar toda su espontaneidad y conservarla luego a lo largo de toda su vida.


Su continuo peregrinar de casa en casa, y más delante de pensión en pensión, en ambientes fríos y austeros, junto con su madre y sus hermanos, estuvo siempre acompañado por una estrechez económica que llegó, en muchas ocasiones, a extremos por demás desalentadores para cualquier alma humana. Isadora confiesa que, por ser ella la más audaz y valiente de la familia, cuando no había nada que comer en la casa, era la elegida para marchar resueltamente a la carnicería y obtener, sin pagar, mediante promesas y algunos engaños, alguna pieza de carne. Cuando fue mayor, este ejercicio fue su herramienta para afrontar a los feroces empresarios.


(Próxima entrega: cuarta y última parte)

sábado, 19 de junio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE II


Nada está quieto

   Infatigable en todo, y ávida de experiencias y de nuevos horizontes, un día Isadora convenció a su madre de que ya era hora de dejar California. El nuevo destino fue Chicago y las novedades que allí las esperaban estuvieron muy lejos de semejarse a la fortuna que Isadora creyó que alcanzaría en ese lugar. Un empresario del espectáculo la contrató con la condición de que se olvidara de Mendelssohn e hiciera otra cosa: “Algo con pimienta, con enaguas, las piernas al aire libre y poco adorno”. Pensando en su madre, cuya salud se veía minada por el hambre, Isadora aceptó, aunque “aquel ensayo de divertir al público repugnaba a mis ideales”.

   Poco después, Isadora decidió que no había nada que esperar de Chicago y se dirigió a Nueva York. Allí, después de mucho insistir, y rechazando cualquier proposición de ser recibida por otra persona, logró que el gran director Agustin Daly la recibiera. “Tengo una gran idea para usted –le dijo a Daly-. Usted es probablemente la única persona que puede comprenderla en este país. Yo he descubierto la danza ....

   En vano se esforzó Isadora por llegar al alma del dramaturgo y lograr su comprensión. Todo lo que recibió de él fueron estas tristes palabras: “Bueno, tengo un papel para una pantomima. Venga usted el primero de octubre a los ensayos y, si sirve, la contrataré. ¿Cómo es su nombre?” Una vez más, Isadora renunció a sus pretensiones y aceptó. Me la llevé a casa para estudiarla y me pareció estúpida e indigna de mis ambiciones e ideales”, declaró en su libro. Y agrega: Siempre me han dado ganas de decir a la pantomima: Si quieres hablar, ¿por qué no hablas? ¿A qué vienen los esfuerzos por gesticular como en un asilo de sordomudos?”

   Y así transcurrió un año, mientras la familia iba de pensión en pensión, de donde muchas veces eran despedidos por falta de pago. Quería aceptar la filosofía estoica –confiesa la líder de este grupo- para aliviar el sufrimiento constante de la miseria”.

        “Pasaba días y noches enteros buscando aquella danza
       que pudiera ser la divina expresión del espíritu humano
                a través del movimiento corporal”.

   Una vez que abandonó la compañía de Daly, la familia Duncan, artista por todos los puntos cardinales, decidió montar su propio estudio en una habitación que habían alquilado. Una vez instalados, Isabel empezó a dar clases de danza, Agustín entró en una compañía teatral y Raimundo inició su carrera periodística. Cierto día, Isadora conoció a un músico de apellido Kevin y encontró motivos para ponerle movimiento a su música. Cuando el joven artista se enteró, se enojó mucho y le prohibió a Isadora bailar su música. Entonces ella lo tomó de la mano y lo invitó a sentarse, diciéndole: Voy a bailar para usted. Si no le gusta, no volveré a hacerlo”. Cuando terminó la danza, Ethelbert Kevin, con los ojos llenos de lágrimas, habló así: “Es usted un ángel, una devinatrice. Todos esos movimientos los he visto yo mientras componía mi música”. Esta aprobación le abrió a Isadora las puertas de los salones de muchas señoras de la alta sociedad.

(Continuará)

jueves, 10 de junio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE I

Isadora Duncan

Como Las Olas Del Mar

   Inspirándose en las danzas griegas, la artista, de origen norteamericano, revolucionó los escenarios estadounidenses y europeos. Con sus pies descalzos o en sandalias, y vistiendo una sencilla túnica, condujo la danza a sus antiguas raíces sagradas.


   Isadora Duncan, la controvertida anti-diva, llegó a este mundo (dicho de otra manera: asomó su curiosidad y su torbellino vital) el 27 de mayo de 1878, en San Francisco, California, y se fue extrañamente 49 años después, el 14 de septiembre de 1927.


    "Nací a la orilla del mar. Mi primera idea del movimiento y de la danza me ha venido seguramente del ritmo de las olas…". Palabras éstas de la misma Isadora, vertidas en su autobiografía “Mi vida”, constituyen la primera y quizás más certera pincelada que cualquier pintor podría haber extraído de su paleta contemplando el ser de Isadora meciéndose por la vida.

   El nombre original de este peculiar personaje de fines de un siglo y comienzos de otro, fue Dora Ángela. “Isadora” resultó ser la elección que la niña hizo, en algún momento, influida por la educación clásica que recibió de su madre. Y el nuevo nombre marcó, sin duda, una identidad. A los cinco años, la incipiente artista anunció a su familia que sería bailarina y revolucionaria. Y lo fue. Pudo haber elegido el oficio de pianista (emulando a su madre), de pintora o de poeta, pero convirtió la danza en la fuente donde abrevarían todos los impulsos creativos posibles. La danza fue el vehículo de las energías que la desbordaban.

   De su madre, Mary Dora Grey, podría decirse que Isadora heredó la sensibilidad artística. Por su parte, su padre, sin proponérselo, le provocó la incansable necesidad de encontrarse a sí misma, debido a la ausencia que éste le ocasionó después de abandonar a la familia. Según se dice, el matrimonio Duncan definió su relación en el divorcio, después de que Joseph Charles Duncan, banquero, estuviera aparentemente involucrado en un negocio ilegal. Isadora, que era una niña de pecho, volvió a ver a su padre en algunas ocasiones siete años después, cuando éste tuvo la oportunidad de confesarse poeta ante su hija.

   La presencia rotunda de Mary Dora Grey, que debió un día pararse en el lugar de sostenedora económica y emocional de sus hijos, contribuyó a que la niña Isadora fuera aprehendiendo todo lo que su madre estuviera dispuesta a transmitirle. Así fue cómo el arte de la antigua Grecia, la poesía, la plástica y la música la marcaron tanto como las teorías innovadoras que su madre expresaba en relación con la femineidad y el ateísmo.

“Nací a la orilla del mar …”

   Se cuenta que a los seis años Isadora reunió a varios niños vecinos decidida a mostrarles, por medio de sus gestos, cómo era el movimiento del mar. Cuando su madre llegó y encontró semejante espectáculo, la niña simplemente explicó que esa era su escuela de baile. Su madre, entonces, no dudó en sentarse al piano y acompañar a su hija en tal emprendimiento.

   ¡Cuántas veces se habrá visto a una pequeña Isadora adueñándose de la playa, creando movimientos, jugando con las olas y con el viento, sintiéndose una con el entorno natural, cada vez más libre, más expandida! Y a una edad más madura, siempre en conflicto entre el Arte y el Amor. Desde el lugar de artista, todo lo que Isadora quería era que el público se estremeciera, como ella, gracias a la fuerza de vida que la poseía. Por otro lado, el éxtasis erótico era para Isadora el momento cumbre de la vida. “No deberíamos sobrevivir a placeres tan completos y tan perfectos”, dijo alguna vez refiriéndose a una de sus grandes pasiones amorosas. Sin embargo, su existencia prueba que el arte fue para ella su refugio último: “Juré que no abandonaría nunca mi arte por el amor”. Gordon Craig no pudo admitirlo e Isadora sufrió por eso.

   Tal como podríamos imaginar de un espíritu crecido en un ambiente libertario, Isadora no soportó la escuela y un día, a los 10 años, decidió abandonarla para dedicarse a dar clases y ganar dinero. Su hermana Isabel se sumó al proyecto. Así fue cómo Isadora canjeó la educación institucional por el deleite de escuchar a su madre tocando obras de Beethoven, Schumann, Schubert, Mozart y Chopin. De ahí saldría, tiempo después, una de sus más grandes innovaciones: la libre interpretación, en la danza, de obras no escritas para ser bailadas. “Yo seguía mi fantasía e improvisaba, enseñando a los discípulos todas las cosas bonitas que se me ocurrían”, diría más adelante.


   Durante la adolescencia, Isadora se hizo eco de la influencia que recibió de un nuevo personaje en su vida y se convirtió en una lectora incansable. En Oakland, donde la familia residía entonces, una bibliotecaria, poetisa de California llamada Ida Coolbrith, la alentó a ampliar sus conocimientos interesándola en la literatura y en la filosofía. Sin saberlo, las enseñanzas de esta mujer se convirtieron en un eslabón dentro del camino de creación de la joven artista. En aquel tiempo, Isadora leyó a Dickens, Thackeray y Shakespeare, entre otros, y comenzó a forjar un nuevo estilo de danza, sustentando su teoría en la integración de la imaginería romántica de Keats, el realismo poético de Whitman y la crudeza de Nietzsche.

(Continuará la semana próxima)

domingo, 6 de junio de 2010

ESTÁ LA LUZ


El amanecer
fue primero oscuridad
en esta vereda
o en cualquier extremo
la noche
es una sombra ancha a veces
un manto de murciélago
donde los corazones
se asoman
se repliegan
y sueñan con obeliscos
de fuertes raíces

Veo seres emburbujados
se mimetizan
con los restos agrios de la jornada

pero veo también
siluetas encendidas

apaguen la luz
el mundo amanece.

miércoles, 2 de junio de 2010

Puntos suspensivos ...

"Este mundo material solamente es pasajero ..." , dice la canción que escucho. Se llama "La línea" y la está cantando Lila Downs. No sé quién compuso esa canción. Busco en Internet y no me lo dice ... ¡qué buena noticia!

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Y qué buena noticia también estar aquí ... caminando la libertad en la ilusión de este mundo pasajero.