sábado, 19 de junio de 2010

ISADORA DUNCAN - PARTE II


Nada está quieto

   Infatigable en todo, y ávida de experiencias y de nuevos horizontes, un día Isadora convenció a su madre de que ya era hora de dejar California. El nuevo destino fue Chicago y las novedades que allí las esperaban estuvieron muy lejos de semejarse a la fortuna que Isadora creyó que alcanzaría en ese lugar. Un empresario del espectáculo la contrató con la condición de que se olvidara de Mendelssohn e hiciera otra cosa: “Algo con pimienta, con enaguas, las piernas al aire libre y poco adorno”. Pensando en su madre, cuya salud se veía minada por el hambre, Isadora aceptó, aunque “aquel ensayo de divertir al público repugnaba a mis ideales”.

   Poco después, Isadora decidió que no había nada que esperar de Chicago y se dirigió a Nueva York. Allí, después de mucho insistir, y rechazando cualquier proposición de ser recibida por otra persona, logró que el gran director Agustin Daly la recibiera. “Tengo una gran idea para usted –le dijo a Daly-. Usted es probablemente la única persona que puede comprenderla en este país. Yo he descubierto la danza ....

   En vano se esforzó Isadora por llegar al alma del dramaturgo y lograr su comprensión. Todo lo que recibió de él fueron estas tristes palabras: “Bueno, tengo un papel para una pantomima. Venga usted el primero de octubre a los ensayos y, si sirve, la contrataré. ¿Cómo es su nombre?” Una vez más, Isadora renunció a sus pretensiones y aceptó. Me la llevé a casa para estudiarla y me pareció estúpida e indigna de mis ambiciones e ideales”, declaró en su libro. Y agrega: Siempre me han dado ganas de decir a la pantomima: Si quieres hablar, ¿por qué no hablas? ¿A qué vienen los esfuerzos por gesticular como en un asilo de sordomudos?”

   Y así transcurrió un año, mientras la familia iba de pensión en pensión, de donde muchas veces eran despedidos por falta de pago. Quería aceptar la filosofía estoica –confiesa la líder de este grupo- para aliviar el sufrimiento constante de la miseria”.

        “Pasaba días y noches enteros buscando aquella danza
       que pudiera ser la divina expresión del espíritu humano
                a través del movimiento corporal”.

   Una vez que abandonó la compañía de Daly, la familia Duncan, artista por todos los puntos cardinales, decidió montar su propio estudio en una habitación que habían alquilado. Una vez instalados, Isabel empezó a dar clases de danza, Agustín entró en una compañía teatral y Raimundo inició su carrera periodística. Cierto día, Isadora conoció a un músico de apellido Kevin y encontró motivos para ponerle movimiento a su música. Cuando el joven artista se enteró, se enojó mucho y le prohibió a Isadora bailar su música. Entonces ella lo tomó de la mano y lo invitó a sentarse, diciéndole: Voy a bailar para usted. Si no le gusta, no volveré a hacerlo”. Cuando terminó la danza, Ethelbert Kevin, con los ojos llenos de lágrimas, habló así: “Es usted un ángel, una devinatrice. Todos esos movimientos los he visto yo mientras componía mi música”. Esta aprobación le abrió a Isadora las puertas de los salones de muchas señoras de la alta sociedad.

(Continuará)

2 comentarios:

  1. Que clara era la convicción de seguir lo que su corazón le decía! gracias por compartir este ejemplo. Espero la tercera parte...

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  2. Gracias, Tere. Ya vendrá la tercera.

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